domingo, 25 de marzo de 2012


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Winston Render caminaba por una de las miles de calles que vertebraban la ciudad 192021, que debía su nombre a ser la decimonovena ciudad en alcanzar veinte millones de personas en el siglo XXI. Quizás mientras Winston recorría aquellas luminosas arterias de la metrópoli la ciudad número cien ya había alcanzado la populosa cifra. Pero ya no contaría como el siglo XXI. Aquel siglo quedó atrás hacía mucho.
El chapoteo que producían las finas botas de plástico relajaba a Winston en su camino al Centro de Ocio. En alguna ocasión era deslumbrado por el reflejo que caía sobre el agua, producido por los neones que colgaban bajo los intercomunicadores. Afortunadamente los empresarios aéreos habían reconocido que el tráfico aéreo dentro de las ciudades era una utopía. Esto era el mundo real, así que habían pactado con las empresas constructoras para diseñar túneles que comunicaran unos edificios con otros. Intercomunicadores peatonales, los llamaron. Así era más fácil para los empleados de clase B acudir a sus puestos de trabajo en las fatigosas oficinas. Se logró aumentar la productividad en un 2 por ciento con aquella medida. Además, todos los que atravesaran los intercomunicadores debían pagar una o dos acciones para así pagar por el beneficio perdido a las compañías aéreas.
Por desgracia, el camino que Winston Render debía hacer para ir al Centro de Ocio tenía que hacerlo a la intemperie. Se le había olvidado la tarjeta de acciones. Por suerte para él, había comprado un bono mensual para disfrutar de todo el Ocio que quisiera. Y gratis. Eso sí que no lo había olvidado.
Las gotas se deslizaban por las plastificadas prendas que cubrían la piel de Winston. Era imposible que el agua le calara hasta el cuerpo.
Por el camino se cruzó con un corrillo de trabajadores de la pobre clase D. Charlaban junto a un banco de piedra que amueblaba un descampado. Antaño había sido un parque, pero ahora todos sabían que era más seguro para los jóvenes acudir a los Centros de Ocio. Allí no había peligro de raptos o de que se hirieran con algún cristal roto. Los trabajadores D bebían de una botella de cerveza, una bebida con algo de alcohol. Winston los miró con desprecio. El alcohol era muy malo para la salud. Aunque también era cierto que los huecos bolsillos de los de la clase D no podían permitirse nada mejor. Los trabajadores que compartían el litro de cerveza le devolvieron al pulcro Winston la misma mirada antes de que éste se perdiera tras una esquina.
Tras no mucho tiempo caminando alcanzó la colosal puerta principal del Centro de Ocio. Una voz se elevó un poco por encima del estruendo que provocaban las gotas al golpear los metálicos techos de los automóviles en aquella lluviosa noche.
¡Winnie!— era Alphonse, un ex compañero de trabajo de cuando Winston trabajaba en la compañía de Internet.
¡Alphonse! ¿Qué tal te va todo?
Bien— respondió— ¡qué digo bien, mejor que nunca! Iba al Centro de Ocio a celebrarlo.
¿A celebrar qué?
¡Hemos subido un puesto! Ahora la empresa está en el número veintisiete…— hizo una pausa— y ahora a evadirnos un rato, ¿eh? Todo un año trabajando duro al final trae su recompensa.
Enhorabuena, hombre— sonrió Winston—. Lo dicho, a celebrarlo que te lo mereces.
De acuerdo— continuó Alphonse mientras se abría la puerta automática del Centro de Ocio—. ¡A pasarlo bien! Nos vemos dentro de un rato.
Hasta luego, entonces.
A continuación Alphonse penetró en el inmenso edificio mientras Winston buscaba en sus bolsillos el bono de Ocio. Realmente lo había encontrado hacía un rato, pero no le apetecía volver a cruzarse con Alphonse. Le parecía un idiota. Sólo un idiota se habría quedado en aquella empresa de servicios de Internet. Winston había sido más inteligente al pasarse a la Banca y ahora trabajaba en el segundo banco más importante del mundo. Había triunfado en la vida. Dejó pasar unos segundos y se adentró en el maravilloso mundo del Ocio.